


Un corazón de galleta
El aire en la cocina era espeso y dulce, cargado con la promesa de galletas recién horneadas. Crumble, el oso de galleta, amasaba con metódica furia, su ceño chocolatoso fruncido en la concentración. A su lado, Miga, su joven ayudante, golpeaba la masa con una energía desordenada, más parecida a una caricia que a una labor.


¨¡Más fuerte, Miga! ¡Siente la masa! No estás dando palmaditas a un gatito, ¡estás forjando un imperio de dulzura!¨, gruñó Crumble, demostrando con un golpe firme. Su voz era áspera, pero sus movimientos eran los de un artesano. Miga lo intentó, apretó los labios con esfuerzo, pero su pequeña fuerza apenas conseguía un leve pliegue en la elástica masa. A veces, la voluntad es más grande que la fuerza, y Miga lo sabía bien.




Crumble suspiró, más en resignación que en enfado. "Necesitamos más harina. Ve por el costal."
Miga, siempre dispuesta, corrió hacia el rincón. Pero la prisa es enemiga de la gracia. Sus pequeños pies de galleta se engancharon con el borde de una alfombra y el costal de harina salió disparado por los aires. El impacto fue seco y crujiente. El oso galletoso apenas tuvo tiempo de girar: la esquina del costal chocó contra su cabeza.
Un trozo de su cráneo de galleta se desprendió limpiamente, dejando al descubierto el interior chocolatoso. Crumble se quedó inmóvil, con una fisura abierta. Miga aterrizó en el suelo, sollozando, con la culpa grabada en su rostro de galleta.
Pero este no era un momento para el gruñido habitual. Crumble se llevó una mano a la "herida". Lo importante no es cuántas veces te caes, sino con qué rapidez te levantas para seguir horneando.
Tomó un trozo de masa de la mesa, lo moldeó con calma y lo presionó sobre la fractura de su cabeza.


Luego, sin decir una palabra, volvió al horno. El calor era su medicina. Se quedó quieto, sintiendo el abrazo sanador de la temperatura, hasta que la masa cruda se endureció, se doró y se convirtió en una cicatriz de galleta perfectamente integrada. Una vez más, estaba completo.
"Sigue amasando, Miga," dijo con una quietud inusual. "Tenemos trabajo que hacer."


La leche y el alma indestructible


La tranquilidad de la tarde se rompió con un alarido de cuero y cadenas. Crumble caminaba por el callejón de especias, pensando en los glaseados, cuando fue emboscado por un trío de Punky Jabalíes


"¡Dosis de desintegración, abuelito!", gritó el líder, un jabalí con una cicatriz en el ojo.
Las pistolas de los jabalíes escupieron un chorro de leche fría y blanca. La leche es el némesis de los Galleta Osos Chocolatosos: ablanda su corteza y amenaza con convertirlos en un desastre empapado. Sin embargo, en Crumble, el efecto era diferente: el contacto con el líquido lo hacía crecer, infundiéndole un poder temporal que transformaba la fragilidad en una fuerza descomunal.
Los jabalíes dispararon ráfagas, la leche empapaba el cuerpo de Crumble, pero él se mantenía firme, un coloso de cacao cada vez más grande. El verdadero poder no reside en la dureza de tu armadura, sino en la inquebrantable fortaleza de tu carácter.


El líder de los jabalíes, viendo que sus armas solo hacían crecer a su oponente, se lanzó con una audacia ciega. En un movimiento rápido, antes de que Crumble pudiera reaccionar, el jabalí logró arrancarle un pedazo de su cabeza.
Esta vez, no fue harina. La "herida" de Crumble era de un intenso color chocolate, que comenzó a gotear por su cara de galleta.


La leche había hecho su trabajo a medias. Pero Crumble, impasible, ni siquiera parpadeó. Con un rugido que hizo temblar las especias, golpeó el suelo con su pie gigante de galleta, y los tres jabalíes, presas del pánico y del miedo ante la galleta que se negaba a doblegarse, huyeron gritando. Pero no sin antes, el líder de los Punky Jabalíes terminara de comer su botín de galleta.
Crumble observó el chorrito de chocolate escurrirse, sintiendo la extraña combinación de dolor y el dulzor de su propia esencia. Las batallas dejan marcas, pero también la historia de cómo fuiste lo suficientemente fuerte para sobrevivir.
Se encogió de hombros, limpió el exceso de chocolate con el dorso de la mano y emprendió el regreso.


Miga lo esperaba. La cocina lo esperaba. Y una vez más, el calor del horno lo sanaría, convirtiendo una herida abierta en una nueva y crujiente capa de resistencia. Había galletas que hacer, y la vida, incluso para un oso gruñón, debe continuar.










